¡Fuera cadenas!- La noche tormentosa

¡Fuera cadenas!- La noche tormentosa

Pasó el viernes primero de octubre a las nueve de la noche en Guadalajara. Pasé por mi novia al negocio de la familia de una amiga. Llegué, me estacioné, tenía una llamada perdida de mi papá, le llamé y me acerqué al local. El local está sobre una avenida muy transitada, yo me estacioné en el local de un costado, pues no había espacio para estacionarme en allí donde estaba mi novia y mis amigas. Al acercarme allí, me di cuenta que no traía mi cubrebocas, así que regresé al coche por él y sucedió.

Al cerrar la puerta del coche, mientras mi papá me platicaba algo sobre el partido del día siguiente (Guadalajara vs Atlas), vi cómo un sujeto con cubrebocas pero con mirada penetrante se me acercaba y, al tiempo, sacaba debajo de su camisa una pistola 38 special negra —yo creo que la traía fajada—. Me dijo que dejara el teléfono sobre la camioneta, mientras —al mismo tiempo— otro tipo se me acercó del otro lado y me pedía las llaves de la camioneta y mi cartera. Sentí cómo el cañón estaba —sin mucha presión, pero estaba— en mis costillas del lado derecho, y las manos de alguno de los dos sujetos me “basculeaba”. Yo, sin más, simplemente aflojé y cooperé; a todo les dije que sí. 

Escribo esto y me lleno de adrenalina, las manos tiemblan y la respiración se me agita un poco más, aunque la verdad creo que en ese momento no sentía este temblor y agitación; simplemente tenía en mi mente mantenerme tranquilo y darles todo lo que pedían. A pesar de eso, hubo un momento que, inadvertidamente, levanté mi mano derecha de la camioneta, el sujeto de la pistola me pidió que la bajara e, incluso, creo que me pidió que me agachara. Al bajarme —siento que sí me arrodillé, los recuerdos se me nublan— creí tener el cañón de la 38 cerca de mi cabeza, aunque, reitero, no recuerdo muy bien esos detalles porque todo pasó demasiado rápido. 

Debí estar agachado o arrodillado no más de tres segundos porque el wey que se llevó la llave de la camioneta no sabía cómo ponerla en marcha, así que entre el empistolado y el otro me pidieron que les explicara. Ahí voy yo de buena onda —digo, es difícil no se buena onda con alguien apuntándote con una pistola— a explicarles cómo se ponía la marcha, reversa y parking… malditas bestias, se dedican a robar automóviles y no saben ponerlos en marcha. De pronto el piloto exclamó “¡ya vi cómo!”, por lo que me hicieron a un lado y se fueron, así sin más. 

El viento pasó por mi rostro, y mis pies estaban bien plantados en el piso: estaba vivo. Me acordé de mi papá, que se había aventado todo en vivo y en directo porque, como recordarán, estábamos hablando por teléfono cuando eso sucedió. En cuestión de segundos, pasé del pasmo de sentirme vivo a correr los treinta metros hacia el local donde se encontraba mi novia, nuestras amigas y el papá y mamá de una de ellas. Ahora, ella me dice que llegué pálido, en ese momento me costaba trabajo si quiera articular lo que acababa de acontecer, pero le pedí que llamara a mi mamá y papá para que avisara que yo estaba bien.

Gracias al apoyo del papá de nuestra amiga, la policía no demoró más de dos minutos en llegar, les describí esto que les acabo de decir. Ellos, quienes me atendieron impecablemente, dieron aviso a la zona de la camioneta que me robaron. ¿Qué creen?, la encontraron a los veinte-treinta minutos a poco más de un kilómetro de donde me asaltaron.

Repienso todo esto y, en verdad, es espeluznante. Pero ahora veo lo bueno que ese trago amargo me ha mostrado una vez más: estoy rodeado de gente hermosa. Mi mamá, mi papá, mi hermano, mi novia, mis amigos y amigas, todos me mostraron lo hermoso que es estar con ellos y ellas; sentirme apapachado por ellos y ellas es verdaderamente reconfortante y sé que con ellos nada me faltará. 

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