¡Fuera cadenas!-El mercado de la democracia

¡Fuera cadenas!-El mercado de la democracia

Junto con la monarquía y la aristocracia, la democracia forma parte de las tres clásicas formas de organización política. Cada una de estas maneras de organizar el poder político de un Estado tiene sus pros y sus cons; sin embargo, todas ―según dice la teoría― tienen la finalidad de lograr el bienestar de las personas que se encuentran dentro de ese Estado. 

Un gran beneficio de la monarquía es que quien ostenta el poder ―un monarca: rey, reina, emperador o emperadora― no tiene la necesidad de negociar con persona alguna para poder ejercer el poder. Como lo dijo Luis XIV: el Estado es él. Evidentemente, el ejercicio del poder del monarca es expedito y, por consecuencia, rápido, pues no hay persona u organismo alguno que represente un obstáculo para ello. Desafortunadamente, el poder sin limitante alguno tiene el riesgo de que se ejerza para el beneficio propio de quien lo ostenta y en perjuicio de la ciudadanía en general.

La aristocracia, en cambio, conlleva que el poder se ostente por un grupo de personas selecto que, según la teoría, son personas sabias y respetables de la sociedad. Estas personas tendrían el deber de gobernar en beneficio de esa misma sociedad. En esta forma de gobierno, el poder no se ejerce por una sola persona, sino por un grupo de personas, por tanto, su ejercicio no es tan eficiente como en la monarquía pues ya no descansa en la voluntad de una sola persona. El grave problema de esta forma de gobierno es que ese grupo de personas selectas e iluminadas podrían desconocer las necesidades de los menos favorecidos y, por tanto, sus decisiones se tomarían con base sesgos personales.

El poder se ostenta por todas las personas en un Estado que se ha organizado en una democracia. Hay dos clases de democracias: la directa y la representativa. En la directa, todos los ciudadanos se juntan en una asamblea para tomar las decisiones atenientes al ejercicio del poder político; sin embargo, en países tan grandes y populosos como el nuestro, no sería factible vivir en una democracia directa. Por tal motivo, los ciudadanos elegimos de entre nuestros conciudadanos a las personas que nos representarán en esa asamblea, por tal motivo se conoce a esto como democracia representativa. El gran beneficio de la democracia es que todos ostentamos el poder ―o nuestros representantes― y, por razones por demás evidentes, no depende de una sola persona. Una democracia exige que el poder se ejerza de manera consensada entre todos los grupos sociales que estamos representados en la asamblea. En ese entendido, los diversos grupos políticos deben negociar las soluciones que se propongan para el beneficio colectivo; bendita democracia ¡no dependemos de la voluntad de cómo amaneció el monarca!

En México, la asamblea donde se congregan nuestras representantes es el Congreso de la Unión. Al igual que en prácticamente todas las democracias representativas, en México, el medio por el cual una ciudadana puede acceder a la asamblea nacional es mediante los partidos políticos. Como es bien sabido, tenemos múltiples partidos políticos que representan una diversidad de ideologías y, a veces, esas ideologías podrán no coincidir. Nuestras representantes en la asamblea, que son miembros de partidos políticos, deben negociar entre si cuando no hay consenso con respecto a la aprobación de una solución (ley, presupuesto, estímulo, etc.) a un problema social. Esta negociación es un verdadero mercado; ello no necesariamente es malo siempre y cuando la negociación se mantenga dentro del ámbito de lo político. El problema existe cuando le negociación conlleva la entrega de dádivas meta-políticas.

Ayer se sometió al pleno del Senado de la República la aprobación del dictamen de reforma constitucional que proponía la ampliación hasta el 2028 del mando militar de la guardia nacional ―que debería ser civil―. Sin embargo, trascendió que el grupo político que está impulsando esa reforma no cuenta con los votos necesarios (84 votos de 128) para lograr que esa reforma constitucional sea aprobada. Parecía que las senadoras de la oposición lograrían parar la reforma; sin embargo, se dijo que el secretario de gobernación, Adán Augusto López, estuvo “operando” desde el hotel Emporio (que está enfrente del Senado) para “convencer” a ciertos senadores del Partido Revolucionario Institucional, incluso, se ha especulado en redes del compro de esos votos. 

Este caso en particular es un ejemplo de ese mercado no deseado, de ese abuso, de la democracia. Falta consenso entre las fuerzas políticas con respecto a la solución de un tema en particular, pero en lugar de lograr una negociación dentro del ámbito de lo político, pareciere que se está acudiendo a prácticas en las que los únicos beneficiados son “nuestros representantes” en lo personal. Este es el riesgo de la democracia, y justo estamos viéndolo materializado en el asunto de la “militarización” de la guardia nacional. 

osd

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