¡Fuera cadenas!-El error

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Se anunció hace unos días que se encontró un “centro de exterminio” en Tamaulipas por la carretera Monterrey-Nuevo Laredo cerca del kilómetro 26. De acuerdo con las autoridades, ese centro de exterminio —el cual nos recuerda a esa etapa horrenda de la historia humana engendrada por el régimen Nazi— tenía la capacidad de incinerar a cientos de seres humanos; la capacidad de incinerar a hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres y madres. El horror.

¿En qué clase de país vivimos en el que “desaparecen” (en realidad secuestran, los obligan a trabajar para un determinado grupo delictivo y luego los matan) a seres humanos que, de alguna u otra forma, comparten su vida en nuestra sociedad? No solo eso, las autoridades conocen este problema y, con cinismo, se limitan a apoyar a las familias afectadas con herramientas (palas y cubetas) para la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos. Incluso, por lo que tengo entendido, los hallazgos de esos centros de exterminio (no es el primero ni será el último, tristemente) no suele realizarse por las autoridades, sino por los colectivos de las familias afectadas y que, por sus propios medios, se han puesto a buscar a sus seres queridos. Imagínense ustedes el horror de encontrar uno de estos sitios donde muy probablemente calcinaron a esas personas amadas a las que buscan.

Las autoridades estatales y federales simplemente hacen como que investigan, y, evidentemente, nada logran con ello: la carretera entre Monterrey y Nuevo Laredo “la carretera de la muerte” sigue sumando registros de desapariciones (tan solo 100 en este verano), se siguen encontrando centros de exterminio en esta zona y fosas clandestinas. ¿Qué más tiene que suceder como para que las autoridades verdaderamente asuman su responsabilidad? 

El problema al que aquí refiero no es algo nuevo; algunos novelistas, incluso, han publicado obras que toman como base esta clase de terrores mexicanos: Las muertas de Ibargüengoitia, o 2666 de Bolaño han tomado este problema como el elemento central de sus obras. En esas novelas, como en la realidad, se hace patente la antipatía de las autoridades en relación con el problema de las desaparecidas y desaparecidos: para ellas, son una carpeta de investigación más a la cual hay que apurarse para darle “carpetazo”.

También debemos señalar que las fiscalías no han mostrado tener el interés de verdaderamente proteger a las víctimas. Por ejemplo, el fiscal general de la república ha emprendido una lucha para deshacerse de facultades de investigación de delitos como el feminicidio, incluso se han limitado las funciones de la fiscalía en cuestiones de protección a las víctimas. Si a eso sumamos que el fiscal se ha enfocado en ejercer facciosamente sus funciones (véanse los casos de su cuñada, el de la UDLAP o recientemente el del CONACYT), se hace evidente por qué se continúa fallando con la atención a las personas desaparecidas, cuestión que sí es verdaderamente nocivo para la sociedad.

Debemos reconocer la resiliencia de los familiares de las desaparecidas y desaparecidos para organizarse en una agrupación para buscar el respeto de su dignidad en medio del terror que esta situación supone. 

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