¡Fuera cadenas!-A rapa o no, da igual

¡Fuera cadenas!-A rapa o no, da igual

La quimioterapia es una de las formas más efectivas para tratar el cáncer. El cáncer, esa condición tan destructiva y espeluznante, es algo con lo que uno aprende a vivir una vez que se le diagnostica. De repente, como persona con cáncer, uno se da cuenta que ya forma parte de una especie de clan. Somos parte de ese clan todas y todos los que ya hemos pasado por el cáncer, así como todas y todos que están actualmente pasando por él. Nos miramos unos a los otros, todos peloncitos y amarillitos por los tratamientos, y de inmediato sabemos que estamos bien allí, que nos tenemos a nosotros para apoyarnos y que, dentro de lo que cabe, podemos estar tranquilos. 

El cáncer es una condición, no así una enfermedad, pues uno no se siente enfermo aún cuando el cuerpo está destruyéndose a sí mismo. Es una condición en la que la camaradería entre las personas que lo estamos pasando hace llevadero el momento. Es una condición en la que tus seres más cercanos —sin tener idea del inmenso valor de sus acciones— te escuchan, te apoyan, te ayudan, o simplemente están. 

Durante mi proceso con el cáncer, el cual inicio con un diagnóstico en enero del 2013, pasé por diversas etapas que fueron poniéndome a prueba. Creo que hoy puedo identificar bastantes: el día en que me descubrí el tumor en mi testículo (no sabía qué hacer); el día en que me operaron; el día en que me descubrieron un tumor en un ganglio del retroperitoneo (ni sabía que existía esa parte del cuerpo); el día en que guardé semen (el momento más gracioso); el día en que me pasaron la primera quimio; el día en que se me empezó a caer el cabello; el día en que empezó la tinnitus (la cual aún suena); el día en que terminé la quimio (¡por fin!); el día en que me operaron por segunda ocasión; el día en que pude regresar a mi vida normal (en realidad medio normal porque aún estaba medio amarillo, seguía pelón y las uñas las tenía negras), y —apenas a inicios de este año— el día en que me dijeron que me diera una vuelta dentro de dos años para otra revisión después de 5 años de revisiones —las cuales fueron, primero, cada tres meses, luego cada seis, y después cada año— (¡aleluya!).

De todas esas etapas, sin lugar a dudas la más impactante es cuando el pelo se empieza a desprender de tu cabeza por montones, tan solo pasarse la mano por la cabeza significaba traerse un puño entero de pelos. Es apenas hasta ese momento en que te das cuenta de lo vulnerable que es tu cuerpo y que esa cosa (el cáncer, la quimio o las dos) sí es cosa bárbara. A mi se me empezó a caer a puños el pelo una semana y media después de terminar mi primer ciclo de quimio. Aún recuerdo que —todo ingenuo yo—, al terminar mi primer ciclo de quimio, me miré en el espejo y pensé: “estoy entero y fuerte”; el pelo —en mi caso— fue parte de esa seguridad que yo mismo me daba. Al caérseme el primer mechón supe que no era tan fuerte como yo había creído ese día en que me miré al espejo. 

De todo lo que alguien puede hacer para hacerte sentir mejor mientras pasas por eso es que se corten el pelo, así sea a rapa, con máquina del 1, 2, 3, o lo que sea, pero que se corten el cabello. Cuando empecé a ver a las personas que quiero cortándose el cabello, me llené de energías para simplemente estar, porque eventualmente la quimio empieza a afectar en otras cuestiones de tu vida, pero tan solo saber que el cabello, así como se corta puede regresar, me hizo creer que no importaba lo que viniera con el cáncer, porque sea lo que fuere, se podría superar.

El cáncer te marca de por vida, no es una obviedad, porque quienes no lo han padecido no saben cómo la vida —tu alma— cambia. Ahora todo lo veo con otros ojos, ahora veo el valor en las acciones que las personas podemos aportar a los demás; esos pequeños gestos de empatía. Ahora que han pasado muchos años desde el inicio de toda esta travesía, ya veo el valor en hacer lo que a uno le gusta —lo que a uno le llena el alma— sin sentir el mínimo sentido de culpa. Después de todo, seguimos aquí.

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