En Busca del Estado Perdido-Debanhi

Es viernes por la noche, el clima grato, decide ir a una fiesta a invitación de varias amigas en una finca en el municipio de Escobedo en Nuevo León. La reunión, como es natural, se prolongó, el ambiente está agradable, jóvenes -como todos- buscaban ver y ser vistos, divertirse, tomar, quizá algo de botana, música -reguetón- y algún ligue, ¿por qué no?, entrada la madrugada del sábado llega el Uber que suponía la retornaría a su hogar, una discusión rara a bordo del vehículo y ‘decide’ la joven bajarse del carro en una desértica carretera, el hermoso cielo repleto de estrellas fue testigo de lo que pasó: la reunión terminó mal para Debanhi, volvió a casa muerta.

Los jóvenes como en todas partes del mundo tienen la necesidad de socializar, divertirse, salir, es consustancial a su edad. Los que lo fuimos lo vivimos y disfrutamos; los que lo serán lo harán, incluso en sociedades en guerra se las ingenian para hacerlo, la nuestra lo está desde hace dos sexenios, nos hemos acostumbrado al desbordamiento en las reacciones, las riñas cosas del pasado han sido sustituidas por las comunes balaceras con las consecuentes muertes. Aquí todo se arregla a tiros.

El país entero lamenta la muerte de la chica, nada lo justifica. Ni siquiera el haberse bajado del Uber en medio de una carretera desolada, porque la condición de riesgo no debería de existir, quien quisiera en teoría -si es su gusto- tiene el derecho de salir a la hora que le plazca y caminar por donde le motive.

Vivimos en una sociedad altamente violentada, tan violenta que ya no nos damos cuenta de la condición lamentable de nuestra cotidianidad. Nos roban, nos matan, nos desaparecen, nos secuestran, nos extorsionan, todo nos pasa, el catálogo de delitos en interminable, las acciones para regresarnos a la normalidad simplemente no funcionan, el miedo se apoderó de todos, lo traemos a diario, como si fuese una parte de nuestra vestimenta.

Debanhi debió volver sana y salva con sus padres, seguir con su vida, en su lugar la autoridad da explicaciones que nadie cree porque no se confía en los investigadores, todo apunta a que el ‘chivo expiatorio’ será el chofer del Uber, no nos extrañe que terminará -después de su dosis de tortura- responsable de decenas de desapariciones. La incapacidad de las instituciones procuradoras de justicia es la constante, sus investigaciones -por amaño o impericia el resultado es el mismo- no dan certeza de que se conozca la verdad de los hechos dando como resultado la apatía de todos en busca del derecho, ¿para qué denunciar si no pasará nada?

El gran tema de la sociedad mexicana es que vive en constante azote de la delincuencia con niveles de escándalo sumado a una alta tasa de impunidad, pésima combinación; el Poder Judicial Mexicano -los Jueces- uno de los peores calificados a escala global por organismos internacionales, las fiscalías en lugares inferiores. No hay presupuesto, no hay equipos -los muertos los mantienen en cajas de tráileres-, el personal se mueve -en muchos de los casos- en función de intereses no de convicciones, es inmoral la rapidez con que se emiten los partes de autopsias que revelan el maltrato a las víctimas por un Estado insensible, lleno de muertos.

Debanhi nos exige que su crimen no sea un número más, demanda que su caso sea profesionalmente atendido, con resultados convincentes, claros, sin dudas. Todo México está sumado a sus peticiones, no más Debanhis, no más desaparecidas, queremos vivir en paz con la certeza de que al salir de casa volveremos vivos. 

Se baja del Uber, la imagen nos muestra a una bella chica, frágil, sola, sencilla -blusa, falda y tenis- con su mirada en el horizonte, observa, espera, quizá sabedora que esa era su última noche.

Que su sacrificio no sea en vano.

TFA