En Busca del Estado Perdido-Crisis policiaca México-Estadounidense

En Busca del Estado Perdido-Crisis policiaca México-Estadounidense

La convivencia -en muchos casos asociación- de los agentes policiacos con la delincuencia ha sido histórica, quizá esta se ha dado desde la misma creación de los cuerpos de seguridad, en el caso mexicano era -como lo es- común que los elementos policiacos a todos los niveles tuviesen relación con los criminales. Los entonces judiciales, jefes de grupo, comandantes y directores de corporaciones daban protección a delincuentes a cambio de dádivas, su objetivo consistía en distraer las investigaciones, inventar culpables para que los verdaderos responsables gozaran de impunidad. No podemos dejar de olvidar que algunos de los capos sinaloenses fueron policías –‘El Azul’ y Miguel Ángel Félix- o que otros más fueron detenidos en casas de comandantes – ‘El Güero Palma’- y que muchos uniformados -judiciales, municipales, estatales o federales- ostentaban riquezas injustificables.

Del lado estadounidense tampoco se salvan, quizá el tema marcado no sea la filtración escandalosa del narcotráfico en sus corporaciones, pero sí en la brutalidad de su actuar. Los policías del vecino país no son respetados sino temidos, sus técnicas son verdaderamente inhumanas, las golpizas son su principal sello distintivo, sobre todo cuando se trata de afroamericanos o latinos, se lucen, aún gravitan las imágenes de la paliza a Rodey King o el ‘no puedo respirar’ tres palabras pronunciadas por George Floyd mientras su vida se extinguía bajo la rodilla de un agente de policía, ambos casos símbolo no de lucha contra los excesos de los agentes si no de la irracionalidad en el uso de la fuerza de la autoridad en contra de sus ciudadanos.

En lo nacional de origen la corrupción como distintivo, pleno servicio al crimen, en el estadounidense la ferocidad, monstruosidad y salvajismo les distingue, en ambos casos las policías un verdadero peligro para el ciudadano. Los resultados ahí están, en México la población carcelaria es mayoritariamente pobre a ellos hay que cargarles ‘los muertos’; en Estados Unidos la mayoría es afroamericana y latina, el racismo es evidente.

Lo ocurrido en comunidades mexicanas en donde los ‘municipales’ levantaban personas para entregarlas al ‘jefe de plaza’ muestran la profunda descomposición que a mayor jerarquía aumenta en gravedad. Los desaparecidos de Ayotzinapa son un botón de muestra que confirma la siniestra regla. En el caso estadounidense la masacre en la escuela Robb en Uvalde Texas, mostró a más de 400 policías -federales, estatales y del condado- que hicieron presencia pero que de nada sirvieron, la ejecución continuó con ellos como testigos; expertos afirman que los policías fueron indiferentes, cobardes, sus actos con absoluta impericia contribuyeron a que el loco asesino siguiera masacrando a inocentes pequeños y sí valientes profesoras que ofrendaron sus vidas protegiendo a sus alumnos. Quizá los mismos elementos uniformados sean expertos en patear y someter hasta la muerte a migrantes latinos o afroamericanos pero no para enfrentar verdaderos peligros sociales, ante estos prefieren atender sus teléfonos, desinfectarse las manos o replegarse ante los estruendos que produce un arma de alto poder usada en contra de indefensas criaturas.

Sin duda en ambas latitudes existen los honestos, heroicos y ejemplares policías, desafortunadamente son los menos y tienden a ser ‘especies en peligro de extinción’, como ciudadanos estamos solos, no hay quien nos proteja, son falsas sus leyendas ‘proteger y servir’ o quizá están dirigidas a quienes han destruido al Estado no a quienes con trabajo honesto hacen el esfuerzo diario de salir y volver con vida a casa en busca del sustento familiar.

¿Quién cree en las versiones policiacas, en sus investigaciones, quién se siente seguro ante la presencia de un policía?

Las policías no tienen manchadas de sangre sus manos las tienen llenas, por asociación o por bestialidad, el resultado es el mismo, seguimos contando: San Fernando, Ayotzinapa, Cerocahuí, Uvalde, King, Floyd. . .

¿Hasta cuándo? Lo peor es que no tenemos respuesta.

TFA

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