Caleidoscopio

Este año, convulso y cruel desde su inicio, en apenas dos meses nos ha mostrado miles de lados oscuros que contrastan diametralmente con otras luminosas caras de un mismo poliedro social, entre las cuales -desde luego obliga un reconocimiento- las figuras que han hecho un apostolado del servicio al prójimo.

Enfundados en albos o verdiazules uniformes, todos quienes se ubican en esa primera línea de batalla contra el covid 19, son la mejor y más generosa representación que podemos encontrar este año, en que justamente habrá de cumplirse el primer bicentenario de vida independiente de nuestro país.

Justo ahora es momento de un severo análisis, y tenemos que empezar reconociendo que ese profundo nacionalismo que pregonamos a la primera oportunidad, no se corresponde con nuestro devenir nacional. Somos lo más parecido a una nación fallida, toda vez que en estas dos centurias hemos ido dando tumbos y bandazos que no han permitido construir el país y la sociedad que debiéramos ser.
Hemos de advertir que como sociedad dejamos mucho que desear. Naciones mucho más pequeñas y más jóvenes que nosotros han sido capaces de ponerse de acuerdo para disfrutar de un modelo de desarrollo y convivencia que les ubica muchas décadas por delante de nuestro desarrollo y de una integración positiva de su sociedad.

Es lamentable que los sucesivos gobiernos que han detentado el poder en México, han sido incapaces por múltiples razones: negligencia, incompetencia, frivolidad, carencia de visión de Estado, entre muchas otras deficiencias, aisladas o en suma perversa, de construir un andamiaje integral que obligue a todos por igual, a respetar tanto los preceptos constitucionales plasmados, como al transparente respeto a la Ley.

Antes al contrario, cada mandatario en turno, impulsa, y acaso ordena, modificaciones y parches a la Carta Magna, y lo hacen al tamaño de sus antojos, de sus apetitos y sus ambiciones, el resultado ha sido, para decirlo simple, una serie de mandamientos constitucionales cada vez más complejos y más rebuscados.

De ahí deviene en muy buena medida la desgraciada realidad que nos ha acompañado por dos siglos: lejos de atender lo socialmente básico, los gobiernos, en su generalidad, se han dedicado a confeccionar figuras alegóricas en torno de lo epidérmico, de lo superficial, generándose con ello una gradual y peligrosa pérdida de valores
Con mortificación vemos como crece la ferocidad y el encono social; solamente voltear a nuestro derredor, revisar el periódico, ver las redes sociales, plantarse frente a la televisión, escuchar los noticieros, para advertir la cada vez más imperativa necesidad de la instalación de elementos de concordia social.

Pero como se exponía, esto no ha sido producto de la generación espontánea, la histórica distracción y la indolencia gubernamental en todos los niveles ha sido el caldo de cultivo, una variable de gran peso específico, en esta compleja ecuación en que ahora vivimos. Bastaría, cuando menos contribuiría enormemente, que la tarea fundamental juramentada se realizara sin excepciones ni miramientos por los mandatarios: cumplir y hacer cumplir la ley.

Es el momento de que con el arribo a nuestro bicentenario como nación independiente, se entienda que la historia nos obsequia un motivo poderoso que nos lleve a una reflexión que identifique con claridad las causas, el origen del errático rumbo que como conglomerado social hemos padecido de aquel lejanísimo 1821 a esta fecha. 200 años se antojan suficientes para ejercer una ciudadanía que exija, para empezar, el cumplimiento de la Ley.